Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1480
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 10 de mayo de 1893
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 30, 911-916
Tema: Aplazamiento de la renovación ordinaria de los Ayuntamientos

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Todo el discurso del respetable Diputado Sr. Pi y Margall está fundado en un crasísimo error, en un error del que, desgraciadamente, han participado también los republicanos sus correligionarios, y en ese error han fundado también su conducta, porque todos (y el Sr. Pí lo ha declarado esta tarde, y antes lo declararon otros de sus correligionarios) han coincidido en la idea de que el Gobierno propone a las Cortes el aplazamiento de las elecciones por odio al partido republicano, como ataque al partido republicano. ¿No es esto? (El Sr. Pí y Margall: Eso es lo que hemos pensado y lo que hemos visto siempre.) Pues S. S. y sus correligionarios han podido pensarlo, pero no han podido verlo, porque lo que no existe no se ve, a no ser que se vea con los ojos de la malicia y con los ojos de la suspicacia, con aquellos ojos con que ven las cosas que no existen, aquellos que están dispuestos a que los demás las vean de la misma manera.

Pues bien; yo voy a demostrar al Sr. Pí y Margall que no ha sido ese el propósito del Gobierno, que ni siquiera podía haber sido en ningún caso su conveniencia. El Gobierno de S. M. ha venido con un programa definido, porque resueltas las cuestiones [911] políticas, le quedaba como programa la mejora de la administración y la regeneración de la Hacienda. Y desde el primer momento en que el Gobierno se constituyó, pensó única y exclusivamente en estos dos problemas, que tienen tal enlace entre sí, que, claro está que resuelto bien el problema de la mejora de la administración, habrá mucho adelantado para resolver el problema de la regeneración de nuestra Hacienda. Y lo primero que nos ocupó fue el problema de la mejora de la administración española en todas sus ramas, en todas sus esferas, lo mismo en la municipal que en la provincial, que en la del Estado; porque es inútil pensar, Sres. Diputados, en una buena organización de la administración del Estado, si no hay buena administración municipal y provincial; y es más inútil todavía pensar en la regeneración de nuestra Hacienda, si no se arregla el régimen viciosísimo de nuestros Municipios y de nuestras provincias.

El Gobierno pensó, pues, en la mejora de la administración, reformando los servicios del Estado, pero también quería reformar los servicios de los Ayuntamientos y los servicios de las Provincias, y para eso, tenía naturalmente que pensar en una nueva ley municipal y provincial Y desde el primer momento se encargó el Sr. Ministro de la Gobernación de esta tarea y en ella se ocupó como uno de los trabajos preferentes. Pensó, pues, en una nueva organización de los Ayuntamientos y de las Provincias, y presentó unas bases, que concluyó cuando otras atenciones perentorias se lo permitieron, en las cuales no está en manera alguna el criterio cerrado del Gobierno. No; porque las ha presentado de tan buena fe y con tan patrióticos propósitos, que deja abierto el campo a todas las aspiraciones de todos los partidos, y a todas las ideas y hasta las doctrinas de las personas de buena voluntad que a este género de estudios se dedican. Y al mismo tiempo que presentaba las bases al Congreso y al Senado, apenas se han constituido, ha hecho extender (no sé si está ya impreso), el proyecto de ley, el desarrollo de esas bases, para repartirlo a los Sres. Diputados, a los Senadores y a los hombres de administración, a fin de que todos vengan a ayudar al Gobierno en una tarea tan patriótica y urgente, como exige la buena administración del Estado. Abierto está el campo, Sres. Diputados; abierto lo tenéis, señores republicanos, para que antes de discutirse las bases, todos, sin distinción de ideas políticas, puedan exponer su pensamiento y ayudar al Gobierno según su leal saber y entender. Porque el propósito del Gobierno en este punto, como en lo que se refiere a la Hacienda pública, no es hacer una administración de partido para provecho y beneficio del partido liberal, no; quiere hacer una administración para el Municipio, para la Provincia y para el Estado, de carácter nacional y sólo para el provecho del país.

Y dados estos propósitos del Gobierno, claro es que hubo de pensar en que los Ayuntamientos habían de tener distinta organización, quizás diversas facultades, a lo menos en sus combinaciones, y era necesario pensar en que no convenía quizás hacer unas elecciones para unos Ayuntamientos que habían de durar tan poco tiempo como el necesario para concluir las leyes, porque el Gobierno tenía y tiene el propósito de que esas leyes se discutan muy pronto, en esta primera parte de legislatura. Pero si esto no fuera posible por falta de tiempo, por lo menos que el proyecto adelante tanto que mientras el Congreso resuelve la cuestión económica, pueda el Senado aprobar el proyecto de administración local, a fin de que en la próxima reunión de las Cortes, que será lo antes posible, se concluya esa ley tan importante para cuando las nuevas elecciones puedan tener lugar; y como el Gobierno cree que podría esto verificarse dentro de tres o cuatro meses, también cree que era una falta de previsión muy grande proceder a unas elecciones municipales para repetirlas a los tres o cuatro meses; resultando de aquí que en un año habría habido cuatro elecciones generales, lo cual es una cosa demasiado perturbadora para un país, por muy normalizado que se encuentre, y por muy buenas que sean las costumbres parlamentarias.

De manera que la idea de aplazar las elecciones municipales nació mucho tiempo antes de que se verificaran las de Diputados a Cortes; lo que tiene es, que no por la realización de las elecciones de Diputados, sino porque al empezar la rectificación del censo se observó en todas partes que era muy deficiente; porque para la rectificación del censo no bastan los plazos que las leves conceden para esta operación, si hemos de tener unas listas regulares. ¿De quién es la culpa? Yo no lo sé. ¿Quién ha falsificado el censo? Tampoco lo sé: claro está que en algunos casos habrá sido la mala fe; no culpo a nadie; pero en otros ha sido la falta de costumbre, la base inexacta en que se han fundado los trabajos por la premura del tiempo, por la inexperiencia de la primera vez que se hacía una cosa semejante, para tener unas listas electorales que respondieran a la ley del sufragio universal.

Entonces nos encontramos con que los plazos de la ley eran tan premiosos para hacer la rectificación de los censos, que dimos nuevos plazos y más plazos, y a pesar de esto, no hubo tiempo bastante para hacer unas nuevas y buenas listas.

Pues bien; el Gobierno, no a consecuencia de las elecciones de Diputados a Cortes, sino a consecuencia de que en la nueva rectificación se ha visto que el vicio de falsedad de las listas era más general de lo que se creía, el Gobierno reforzó su pensamiento de no hacer las elecciones con un censo en lo general falsificado, y se dijo: ¿cómo se van a hacer ahora unas elecciones, para repetirlas a los tres o cuatro meses con arreglo a otro censo rectificado y exacto? Estas son las razones que el gobierno ha tenido para proponer la suspensión de las elecciones; en manera ninguna ha pensado el Gobierno hacer esto en contra de los republicanos, ni en odio a los republicanos, ni para librarnos de ellos.

En este concepto presentó el proyecto de ley que se discute, apenas se constituyó el Senado; proyecto que ha sido ya aprobado en aquel Cuerpo Colegislador, y proyecto que si se hubiera discutido y tramitado por los procedimientos ordinarios, estaría ya a estas horas aprobado y convertido en ley.

Esto que acabo de manifestar al congreso, les dije repetidamente a los republicanos; pero a pesar de la sinceridad con que siempre me he expresado y conducido con ellos, esta vez he tenido la fatalidad de que no me creyeran. Insistieron en su verdadera manía de que el proyecto no perseguía el aplazamiento de las elecciones, sino que era un ataque [912] contra ellos. ¿Qué interés tenía yo en reñir batallas con los republicanos, cuando el Gobierno necesita el apoyo de todos los partidos y la cooperación de todos los hombres de buena voluntad para resolver los grandes problemas económicos que tiene a su cargo? ¿Dónde está la conveniencia que yo podía tener en semejante conducta? (Muy bien.)

Pero se puso a discusión el proyecto, y en seguida llovieron enmiendas; en el primero momento me parece que presentaron 19, lo cual indicaba que lo que querían era evitar que se aprobase el proyecto, que lo estaba ya por el Senado. ¡Cuál no sería mi asombro cuando aun antes de empezar a discutirse el dictamen de la Comisión, oí decir al Diputado que hablaba: nosotros venimos aquí a obstruir este proyecto de ley, a que no sea ley en ningún caso ni de ninguna manera, a emplear todos los medios que tengamos a nuestra disposición para que esto no sea ley, añadiendo, en fin, distintas amenazas que no quiero repetir! ¿Qué habíamos de hacer? Yo declaro que el pensamiento del Gobierno, tratándose de un proyecto que, para bien del país, convenía que hubiera estado aprobado para el 10 ó el 11 de este mes, era que el primer día que se empezase a discutir aquí, pasara a la sesión ordinaria del siguiente; y como era día de fiesta, pensaba pedir al Congreso que habilitara ese día festivo para continuar discutiendo el proyecto, también en sesión ordinaria; y como ya no faltaba más que un tercer día para que el proyecto saliera en condiciones convenientes, pedir a la Cámara la prórroga de la sesión hasta el día siguiente, para ver si terminábamos el proyecto; pero desde el momento que vi que era imposible y que, dada la actitud de los republicanos, ni aun aprovechando todo el tiempo que había desde que el dictamen se puso sobre la mesa hasta la fecha precisa para su publicación, habría bastante, ¿qué tenía yo que hacer, mas que responder a la amenaza de obstruccionismo con la defensa de una sesión permanente, puesto que no había otro recurso ni otro medio de defenderse?

Además, era esto tanto más necesario para el Gobierno, cuanto que se trata de una ley que, pasado el día 14, ya no tendría efecto; y hay un artículo en la ley de relaciones entre los dos Cuerpos Colegisladores (creo que es el 8º) que obliga a discutir y aprobar el proyecto que venga del Senado, y hubiéramos faltado también a ese artículo. De manera que por un deber de deferencia al Senado, reglamentario y verdaderamente constitucional, el Gobierno no tenía más remedio que hacer lo posible para convertir en ley el proyecto de aplazamiento de las elecciones. (Muy bien.)

Pero dice el Sr. Pí y Margall: la proposición que ahora presentáis, ¿por qué no la presentasteis cuando se presentó el dictamen de la Comisión? ¡Ah, Sr. Pí y Margall! ¡qué hubiera dicho entonces S. S. y qué hubieran dicho sus correligionarios! No la presentamos, porque a pesar de vuestra oposición, creímos que el proyecto saldría, aunque con alguna dificultad, porque no quise haceros la ofensa de que llegaríais al obstruccionismo hasta el punto a que habéis llegado; pero cuando hemos visto que no tenía remedio la conducta que SS. SS. se han propuesto seguir, no hemos tenido más remedio que aceptar esta proposición, que ha partido de la iniciativa de la mayoría, y que no podemos menos agradecer.

El Sr. Vallés y Ribot ha pronunciado algunas palabras que verdaderamente me apenan, y, aunque con menos gravedad, ha venido como a confirmarlas el Sr. Pí y Margall con algunas de las suyas, diciendo:

"Si esto se aprueba (como caso inusitado, señores), no sabemos lo que haremos." Pues ¿qué habéis de hacer? ¿Es que aquí se va a mermar algún derecho? ¿Es que van a quebrantarse las libertades públicas que a tanta costa hemos conquistado, y a las que he contribuido tanto como vosotros, tanto como el que más, quizá más que muchos de vosotros, porque cuando era más difícil conquistarlas, yo conocía a muy pocos de vosotros? (Muy bien, muy bien. Grandes aplausos.) ¡Ah! Lo que en nuestros primeros años no pudimos conseguir a fuerza de sacrificios, en luchas cruentas, en batallas horribles y con frecuentes derramamientos de sangre, ahora lo hemos podido alcanzar vosotros y nosotros y todos, gracias a las instituciones que nos rigen, a cuya sombra bienhechora han podido fructificar todas las libertades públicas y tomar carta de naturaleza los principios fundamentales de la democracia. (Aplausos.) ¿Es que vosotros habéis de estimar en menos que yo la libertad, cuando por lo menos me ha costado tanto conquistarla como al que más de vosotros? ¿Qué quedaría de mi historia, si yo dejara perder esa libertad, que representa todos los sacrificios de mi vida? (Ruidosos y prolongados aplausos.) ¡Ah! Los hombres de buena fe deben tener presente cuánto hay que luchar con las asperezas de la realidad; y cuando ven que un hombre de mi historia, como de la vuestra, que también la tenéis brillante en la esfera de la libertad, tiene que vacilar o tomar por otro camino, todos deben considerar si el ir por este camino porque lo estimo más directo, es porque de seguir otro surgirían dificultades que no se podrían vencer quizás sin peligro para la misma libertad que se quiere salvar. (Aplausos.) No: aquí no pasará nada; se aplazarán estas elecciones, como se han aplazado otras, sin que por eso haya peligrado la libertad del pueblo; como las habéis aplazado vosotros otras veces; como se han aplazado en otras ocasiones. ¿Qué tiene eso de particular? Pero las elecciones se realizarán tres o cuatro meses después, quizá en mejores condiciones a las cuales podréis contribuir vosotros, como todos los españoles de buena voluntad. ¿En qué padece por eso el sufragio universal? ¿En qué se merman por eso los derechos más sagrados del hombre, en qué? Si me demostráis que sufren algo, yo me vuelvo atrás, y las elecciones se hacen el domingo. No hay aquí ningún derecho ni ninguna libertad vulnerada.

Su señoría nos ha hablado después, de que el sistema representativo está aquí muy mal, de que las costumbres electorales, Sr. Pí y Margall, pero no son peores que lo han sido en otras Naciones que hoy son muy prósperas y muy felices, hace pocos años, y todavía eran mucho mayores los abusos que allí se cometían; y aun con esos abusos, el sistema constitucional se fue abriendo paso, y por último, ha hecho a esas Naciones, verdaderos modelos para las demás.

Que el sistema representativo y el constitucional están mal, porque las crisis generalmente no las resuelven las mayorías. No solamente se resuelven las crisis por las mayorías, Sr. Pí y Margall: se resuel-[913] ven también por disentimientos entre los Ministros que forman un Gabinete, y se resuelven también por la torpeza, por la flaqueza o falta de habilidad de los partidos representados en el poder, y muchas veces influyen las minorías cuando no saben ayudar o no pueden ayudar, como en ocasiones deben hacerlo.

Que cayó el partido conservador en 1892 teniendo mayoría. Pero ¿por qué cayó? Ya lo dijo S. S.; porque surgió una cuestión en sus seno y no creyó, como ha dicho S. S. e, el jefe de aquel Gobierno, que debía continuar con el partido dividido.

Que cayó el partido liberal en 1890. ¿Por qué cayó el partido liberal? Por lo mismo, porque se dividió. Y el Sr. Posada Herrera, ¿por qué cayó y no subí yo, aunque yo contribuí a su derrota? Porque lo dos formábamos un partido, y claro está, luchando con el Sr. Posada Herrera despedazábamos al partido, y por eso no se llamó Sr. Posada Herrera ni a mí, que representábamos un fraccionamiento dentro de aquel partido. Esas fueron las causas de la crisis; que no hay necesidad, para que sean verdaderamente constitucionales, de que intervengan los Parlamentos. Intervienen los Parlamentos, de una manera indirecta, cuando la mayoría se dividen. Ya ve, pues, S. S. cómo entre nosotros intervienen los Parlamentos. No intervienen por medio del voto público, pero si intervienen por una especie de votación tácita, por virtud de aquellas diferencias que se observan entre las diferentes agrupaciones de la Cámara y que constituyen las mayorías. De manera que por eso no tiene S. S. para qué reprochar el sistema representativo en España.

Yo, por consiguiente, insisto en que el pensamiento del Gobierno no ha estado, en manera alguna, atacar al partido republicano; que los móviles que le impulsaron a estudiar primero, y a presentar después, y en este momento, a pedir la aprobación del proyecto de ley de aplazamiento de las elecciones, no fueron jamás contrarios al partido republicano, sino en opinión del Gobierno beneficiosos a los intereses del país, a los intereses municipales, a los intereses provinciales, a los intereses del Estado.

Si después de estas declaraciones, que hago con la mayor sinceridad, el partido republicano siguiera en una actitud tan hostil como la que parece tener en este instante, yo tendré en ello un grandísimo sentimiento, porque mi deseo es guardar al partido republicano todas las consideraciones que se merece, y además tener hacia él una benevolencia que yo espero también por parte del mismo, con objeto de que me ayude a llevar adelante, si no proyectos políticos, que ahora afortunadamente están todos resueltos, los proyectos administrativos y los proyectos económicos que, como son beneficiosos para todos los españoles, son beneficiosos también para el partido republicano, para el partido liberal y para todos los partidos de la Nación española. (Muy bien, muy bien.)

Espero, pues, de su patriotismo, que varíen en su actitud y que no tomen resoluciones extremas, que claro es que a nosotros nos harían daño, pero que no le harían bien ninguno al partido republicano; porque con sus resoluciones extremas, ciertos elementos contrarios a vosotros, como a nosotros y como a todo lo que puede interesar a la sociedad, a lo que es base de la normal vida de esta sociedad, tomarían tal predominio, que tratarían de ahogarnos a nosotros, pero que quizá fuerais vosotros los primeros ahogados. (Aplausos.)

Y dichas estas palabras, que, como ven los señores Diputados, no han sido pronunciadas en son de guerra, sino en son de paz, a pesar de los ataques que habéis dirigido al partido liberal y que me habéis dirigido a mí bien injustamente, porque a esos ataques contesto yo con mis hechos, voy a terminar. Cuando me acusáis de que soy poco liberal, me contento con decir: si he procurado, cuando menos en primera fila, establecer el sufragio universal y lo he establecido; si he procurado consolidar, y he consolidado todas las libertades y todos los principios fundamentales de la democracia, que en ellas han encarnado, ¿qué me importa que no me llaméis liberal? El país ve mis hechos, y juzga la contradicción que hay entre mis hechos y vuestras palabras.

Los ataques vuestros podrán enardecerme a mí por de pronto; pero no me alteran, porque los considero debidos a la pasión del combate y al deseo de conseguir mayores ventajas que quizá no os pueda dar; pero os he dado todas aquellas que puede dar un monárquico convencido, un monárquico verdadero, un monárquico liberal, que quiere vivir en paz con todos los partidos políticos de España, y que aspira, en cuanto sea posible, a satisfacer todas sus justas y legítimas aspiraciones. (Grandes aplausos en los bancos de la mayoría.)

El Sr. PI Y MARGALL: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. PI Y MARGALL: Señores Diputados, no tengo la arrebatadora elocuencia del Sr. Presidente del Consejo de Ministros para arrancar aplausos ni de aquellos bancos ni de estos. Yo soy hombre que habla siempre dentro de la fría y severa razón, y busco sobre todo la significación de los hechos. El Sr. Presidente del Consejo de Ministros insiste mucho en hacernos creer, o hacer creer, por lo menos, a la mayoría que el proyecto de aplazamiento de las elecciones municipales no ha obedecido a ningún pensamiento contra los partidos republicanos. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Ni siquiera a ningún pensamiento político.) Yo no haré más que preguntaros: ¿cuándo se os ha ocurrido el aplazamiento de las elecciones municipales? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Así que entramos en el poder. ¡Si lo he dicho!) Se os ha ocurrido después de nuestra victoria del día 5 de Marzo, tenedlo por seguro, no os habríais acordado ni poco ni mucho de aplazar las elecciones municipales.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros insiste también en que el pensamiento actual ha obedecido principalmente a la necesidad de reformar la administración local; y yo pregunto: ¿por qué razón el Sr. Presidente del Consejo de Ministros no ha alegado en el preámbulo de este malhadado proyecto, que este era el único objeto que se proponía el partido liberal? Precisamente esta razón que da ahora el señor Presidente del Consejo de Ministros está en último término; en primer término está la falsificación de las listas electorales. Y yo pregunto: ¿las listas electorales estaban falsificadas, o no, cuando se procedió a la elección de Diputados a Cortes? No podéis negar que la falsificación de las listas electorales era anterior a esa elección. ¿Y por qué no suspendisteis [914] la elección de Diputados a Cortes, o, por lo menos, por qué no esperasteis a que estuviera rectificado el censo para convocar las elecciones? Vosotros, en cuanto disolvisteis las Cortes, teníais el deber de convocarlas dentro del tiempo que la Constitución que impidiese que retardaseis cuanto fuera menester la disolución de las Cortes. Vosotros, sólo cuando os habéis visto vencidos en Madrid, es cuando habéis concebido el pensamiento de aplazar las elecciones municipales, sin haber visto, como os he dicho antes, que por los motivos que invocabais poníais en duda la legitimidad de estas Cortes.

Dice el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que las bases que ha presentado son bases amplias para que todos los partidos las corrijan como mejor les parezca. Pero, ¿no está allí el pensamiento del Gobierno? ¿No es el Gobierno quien nos dice que es preciso reformar la organización de los Ayuntamientos nombrando sólo 30 concejales en todas las poblaciones de más de 100.000 almas, aun cuando haya poblaciones como Madrid, que tengan 472.000? ¿No establecéis que haya una comisión municipal, y que esa Comisión municipal sea obra, no del pueblo, sino de la Junta municipal? ¿No trasferís a esa Comisión municipal una porción de derechos que tenían los Ayuntamientos?

Sobre todo, ¿cómo es posible que nosotros no veamos que toda vuestra conducta es un arma contra los partidos republicanos, cuando venís a presentarnos los alcaldes de nombramiento de la Corona, contra toda vuestra historia? ¿Cómo es posible que nosotros no consideremos que es un arma contra los partidos republicanos, cuando tratáis poco menos de anular la Municipalidad de Madrid? Vosotros hacéis bueno hoy lo que os decía hace más de veinte años el Sr. Esteban Collantes. "¿Por qué me habláis a mí, decía de liberalismo, si no sabéis marchar más que con las babuchas de los conservadores?" Vosotros ahora no sabéis marchar sino con las babuchas que dio a las Municipalidades el partido conservador, que creyó conveniente que los alcaldes fueran de nombramiento de la Corona, y vosotros decíais que ésta era una verdadera falsificación de la voluntad del pueblo.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha querido también destruir lo que he dicho acerca del sistema parlamentario y del modo como se resuelven las crisis. Es vano el empeño que ha puesto S. S. en esto, porque la historia habla más alto que todo lo que pueda decir. Aquí todas las crisis se resuelven por la sola voluntad de la Corona; el Parlamento no influye ni poco ni mucho en la duración de los Gobiernos; y donde el Parlamento no influye en la decisión de las crisis, ¿qué viene a ser el sistema parlamentario? El sistema parlamentario es una verdadera ilusión: aquí no hay Poder legislativo ni Poder judicial; no hay más que un Poder, el ejecutivo. Bajo la apariencia y sombra de la libertad, existe el antiguo absolutismo, no relativo al pensamiento y a la conciencia, que habéis emancipado vosotros, que hemos emancipado nosotros con vosotros; pero respecto al ejercicio del poder, existe hoy el mismo absolutismo que existía en los pasados tiempos.

Venís hablando y ponderando las muchas falsificaciones que hay en los censos; pero ya sobre esto se ha discutido aquí ampliamente y se os ha demostrado por un individuo de la Junta Central que, cuando más, en el de Madrid alcanzarán las falsificaciones a una cifra de o.000 electores, siendo su total de 112.000. No tenéis razón ninguna para hacer lo que habéis hecho; no la tenéis, sobre todo, para obligarnos a sostener una sesión de cincuenta y cuatro horas, sin darnos tiempo siquiera ni para comer ni para dormir. Esta tiranía, que no tiene ejemplo en los fastos de la historia, es una tiranía que no os podremos perdonar nunca. Si vosotros al abrirse las Cortes habéis empleado los medios extremos contra las minorías, decidme, ¿qué haríais mañana si tuviésemos que discutir proposiciones más graves y urgentes? ¿A qué apelaríais entonces, si habéis apelado ahora al último recurso?

Nosotros, como os hemos dicho, nos retiraremos de este Parlamento para deliberar; veremos lo que nos conviene hacer en vista de vuestras constantes provocaciones; lo que resolvamos, aquí vendremos a decirlo.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo siento que el Sr. Pí y Margall insista en el error atribuido al Gobierno, de que no presenta el proyecto de ley de aplazamiento de las elecciones municipales más que como un arma contra los republicanos. Yo le aseguro a S. S. de nuevo, que cuando por primera vez se trató del aplazamiento de las elecciones, no nos acordamos para nada de los republicanos, porque el primer día que nos reunimos para hacer el plan general de las economías y ver las que podían realizarse, aquel mismo día tratamos el problema de la reorganización de los Municipios y de las Diputaciones provinciales, como medio de incluir en el plan general de las economías las que podrían hacerse en esas Corporaciones.

Y aquel día convinimos en que eso no podía realizarse sin variar un tanto la organización de los Municipios y de las Diputaciones, y se trató de aplazar las elecciones, si antes no podíamos conseguir la reorganización de las Corporaciones municipal y provincial. De manera que nosotros no nos acordamos del partido republicano cuando entró por vez primera en los propósitos del Gobierno el aplazamiento de las elecciones. Y es extraño que el Sr. Pí y Margall sepa, o pretenda saber, mejor que yo y mejor que todos los que tratamos de esto, lo que pasó entre nosotros y cuáles fueron los móviles que nos impulsaron a adoptar resoluciones.

¡Que por qué no hicimos lo mismo con las elecciones de Diputados a Cortes! ¡Ah! porque no podíamos hacerlo, aunque hubiéramos querido, y además, porque no teníamos motivo para hacerlo. Su señoría sabe que una vez disueltas las cortes, hay que reunirlas dentro de los tres meses siguientes. (El Sr. Pí y Margall pronuncia algunas palabras que no se perciben.)

¿Y el presupuesto? Si ahora estamos apurados por el tiempo para discutir los presupuestos, ¿qué hubiera ocurrido si hubiéramos retrasado las elecciones de Diputados a Cortes? Comprenda S. S. que no podíamos hacer eso. Ya nos hubiera gustado poderlo hacer, pero no podíamos, ni había para qué, porque entonces sabíamos que el censo electoral de Madrid no estaba bien, pero ignorábamos que los [915] censos de casi todas las capitales de provincia estaban mal; de eso se ha apercibido el Gobierno cuando se ha tratado de rectificarlos; y, francamente, que un censo esté mal por descuido de una provincia, puede pasar; pero cuando los censos en general están mal, no hay más remedio que poner el necesario para que los censos electorales sean exactos.

Yo no quiero exponer más detalles respecto de esto; pero debo repetir a S. S. lo que dije antes: que las bases presentadas lo han sido con objeto de que se estudien y discutan; para pedir a todos los partidos que nos suministren todos los datos que la ciencia y la experiencia les hayan proporcionado, con el fin de hacer, no una administración de partido, sino una administración que interese a todos los partidos por interesar sólo al país. Si en esa obra quieren SS. SS. ayudarnos, se lo agradeceré, porque, entre otras cosas, queremos que a los Ayuntamientos y a las Diputaciones vayan hombres de todos los partidos y que vayan con la idea de ayudar a la buena administración de los Ayuntamientos y de las Diputaciones provinciales.

El Sr. PI Y MARGALL: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. PI Y MARGALL: El Sr. Presidente del Consejo quiere convencerme de que las bases no son más que bases de discusión. Lo son todos los proyectos que se presentan a las Cortes; pero cuando se trata de unas bases, en esas bases está el pensamiento del Gobierno, y es indudable que vosotros habéis creído que debíais venir a la política conservadora en la elección de los alcaldes. Si no, poniéndoos de acuerdo con vuestros principios e historia, no os habríais atrevido a presentar en una base la elección de alcalde y de tenientes de alcalde en las condiciones que lo hacéis. Vosotros habéis trascrito a la letra el artículo hoy vigente sobre el nombramiento de alcaldes, y esto prueba que vosotros real y efectivamente habéis retrocedido a la época conservadora.

Me habláis de la discusión de esas bases, y suponéis que será una cosa sumamente fácil y sencilla; que están abiertas las puertas de la discusión a todos los partidos para que reformen el proyecto como crea conveniente; y pregunto yo: ¿puede el Gobierno pensar, soñar siquiera, que esas bases pueden estar discutidas en la presente legislatura, cuando os falta aún la contestación al mensaje de la Corona, cuando os apremia el tiempo para discutir los presupuestos? ¿Cuándo volveréis a convocar las Cortes? ES evidente que pediréis un respiro de tres o cuatro meses, según costumbre, y quizá hasta el año que viene, puesto que habéis cumplido ya el precepto legal. ¿Cómo someteréis a los Ayuntamientos a las bases no aprobadas por las Cortes? Vosotros no hacéis más que crearos dificultades y conflictos que habríais podido evitar si no hubierais pensado en ese innecesario aplazamiento de las elecciones municipales.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Voy a satisfacer las preguntas del Sr. Pí y Margall. ¿Cuándo creemos que pueden ser ley las bases? Pues al cabo del primer mes de la segunda reunión de las cortes en esta legislatura; porque ya dije antes que en esta reunión puede el Senado aprobarlas, mientras que discutimos aquí los presupuestos. Luego quedará la aprobación del Congreso, que podrá ser en todo el mes de Octubre, pero no hay inconveniente en que se reúnan antes las Cortes, que tenemos mucho que discutir, y muy importante para el país, sobre que al Gobierno no le duelen prendas, porque el Gobierno está mejor con las Cortes abiertas, siquiera os tenga a vosotros enfrente, tan malhumorados como habéis estado estos días. (Risas.) Por consiguiente, espero que convencidos de la verdad, desarrugaréis el ceño adusto con que se me ofrecéis.

Ahora bien; supongamos que las Cortes se reúnen en octubre; en mes y medio creo que pueden discutirse las bases en el Congreso; ya ve el Sr. Pí si hay tiempo bastante, toda vez que los Ayuntamientos no se constituyen hasta principios de enero, y ya ve S. S. también cómo no nos metemos en cosas difíciles y en conflictos, sino que todo cabe hacerlo como S. S. pueda desear. He dicho.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL